EL TRUMPISMO ES UN
FENÓMENO DE VARIAS CARAS.
Sólo los incautos, a
estas alturas del partido, pueden ver en Trump un fenómeno “típicamente
americano” como la manteca de cacahuete, la Coca Cola o los Blue Jeans. El
trumpismo, o sea, la forma de hacer política que oscila entre populismo y
elementos fascistoides, es un poliedro que tiene varias caras. Veamos:
La tiene en Brasil, con
el fenómeno Bolsonaro. Este militar, formado en la cultura de la dictadura
brasileña, que amenaza a todo aquel que no sea un hombre blanco, que insulta a
todos los seguidores de la izquierda comenzando por Lula, que es capaz de
atraer a los sectores más corruptos y especulativos de la sociedad brasileña,
este hombre, repito, es la versión de Trump a la brasileña. Lo siento, Rivaldo
y Ronaldinho, habeis dejado de tener mi respeto por apoyar a semejante
personaje. Si al final se hace con la presidencia de Brasil, casi cerrará un
ciclo que ha supuesto un vendaval que se ha llevado todo aquello que olía a
progresista o a democracia en América del Sur: Veamos donde están políticamente
Colombia, Perú, Chile, Argentina, Paraguay…sólo resisten Bolivia y Venezuela,
por razones diferentes: Bolivia mantiene con muchas dificultades una alianza
entre las diferentes naciones indígenas y una parte de la clase media
productiva, y en Venezuela lo que sucede es que la oposición a Maduro está
dirigida por una caterva de delincuentes e impresentables, a cual peor.
En Europa, la aparición
y consolidación de fenómenos como Orban en Hungría, Marine Le Pen en Francia,
Salvini en Italia, le extrema derecha en Austria, el Gobierno de Polonia, el
Brexit de Gran Bretaña y otros, no son nuevos. Tampoco son achacables a EEUU ni
a Trump, pero éste aprovecha estas circunstancias para amplificar el asunto y
para disparar a la línea de flotación de la Unión Europea, ya bastante
maltrecha de por sí. Y no olvidemos al gobierno derechista de Australia, aunque
en contrapartida Japón mantiene buenas tasas de crecimiento y los salarios en
2017 han aumentado. China, entre tanto, mantiene sus tasas de crecimiento y
mejora de los salarios a nivel general, y la última conferencia con los países
africanos en la que anunció inversiones muy importantes en infraestructuras,
puede suponer un freno al unilateralismo trumpista. La palabra diálogo o
negociación parece haber desaparecido del lenguaje estadounidense del período
de Donald Trump.
Uno de los torpedos
lanzados a la línea de flotación, no sólo de la UE, de aquello que llamamos la
cultura europeísta, es el llamado “Movimiento” de Steve Bannon, correligionario
de Donald Trump y responsable de esta operación neo-fascistoide. Tomando
fraseología que a veces hemos utilizado algunos, tal como el carácter de la UE
y las consecuencias de determinados tratados (Ej. Maastricht es quien sitúa el
terror al déficit), llegan a conclusiones absolutamente opuestas, al menos a lo
que piensa gente como yo. No quieren más democracia y más derechos, al
contrario, quieren menos derechos sociales y laborales, menos intervenciones
supranacionales y menos regulaciones europeas. Exacerban un nacionalismo excluyente y una división
entre “los de aquí y los de fuera” absolutamente inaceptable y contrapuesta a
la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El verdadero enemigo
hoy para los trabajadores, y no sólo para ellos, es el sector representado por
Trump, el capitalismo especulativo y depredador. Tejer amplias alianzas que
incorporen al movimiento obrero contra este retroceso de civilización debe ser
el objetivo. Trump no es el problema, es lo que representa y lo que favorece
con su política.
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